El 24 de junio los habitantes de Buenos Aires decidirán si quieren una policía porteña.
¡Qué hermoso ejemplo de democracia! ¡Vamos a decidir Nosotros!
¿Qué vamos a decidir?
Es siempre la misma mierda. Demagógicos actos de quienes detentan el poder, enmarcados en una comedia sin fin con guiños de complicidad con la masa que los vota para mantenerlos calmos y que ficticiamente se sientan "parte". De hecho, son parte, porque si no votan el sistema no funciona.
¿A quién carajo le importa de quién depende la policía o toda esa sarta de pelotudeces burocráticas y de escritorio? Lo que importa es que policía ha habido siempre y no sirve para una mierda. Que la gente tiene más miedo de la policía que de los chorros, porque los policías gozan de la impunidad de estar del lado de la supuesta "justicia".
Lo que importa es el accionar, las actitudes, y, en definitiva, la sociedad argentina, las personas, los códigos, la forma de ser.
Lamentablemente la imagen de un policía como eslabón importante de la cadena social, acompañando a los ciudadanos y facilitándoles su crecimiento, la imagen de un policía con una sonrisa saludando a una familia que pasa a su lado, es sólo una utopía. Y no es casualidad que esa imagen haya terminado convirtiéndose en la imagen de imbéciles corruptos y estafadores, cuando no asesinos. He tenido un policía en la familia y, oh, casualidad, coincide plenamente con la descripción anterior. Canchero, piola y con su juguetito favorito.
Recorrer las calles porteñas es sinónimo de ver infracciones de tránsito en cada esquina. Cada maldito minuto en cada semáforo, algún auto está pisando la senda peatonal, cruzando en rojo o haciendo alguna maniobra indebida. Autos metiéndose de contramano, no dando prioridad al peatón, estacionados donde no deben, atravesados en las veredas. La respuesta de la policía a todo esto es seguir parados impasibles con sus mp3, el celular y el fasito. Es un clásico ver cómo hay un auto completamente atravesado en la senda peatonal y un policía en la esquina parado pelotudeando como si eso no fuera nada.
ESO ES LO QUE HAY QUE CAMBIAR.
No se dejen meter en el circo de la falsa democracia y de la participación en pelotudeces. Es lo mismo, es todo lo mismo quién la maneja o a quién pertenece. El cambio es un cambio de mentalidad, un cambio de cabeza en quienes deben cumplir esa tarea que otrora fuera un honor y ahora es una vergüenza nacional. Un cambio en quienes deben controlar y SANCIONAR si eso no se cumple.
Es como en todo, en cada trabajo se hace lo mínimo imprescindible sin aspirar a un rol social enriquecedor sino a terminar lo antes posible. Casi nadie está realmente insertado en una comunidad en la que al cumplir su rol mueve una maquinaria que genera bienestar influenciando positivamente la vida de todos. No se puede esperar que la policía sea diferente, pero son más peligrosos por ser, en gran parte, iletrados con un arma en su poder
Cuando se produce algún delito menor y las personas se quejan, quienes los escuchan saltan "Hacé la denuncia". Y hasta abuchean a la víctima si es que no lo hace y por sólo quejarse.
¡Sí, claro! Como si yendo a denunciar uno se sintiera protegido. Ese es el tema. Lo que se ha perdido. Hemos perdido la credibilidad en las instituciones que imparten justicia. Hoy en día, ir a denunciar puede significar entrar en peligro potencial de ser perseguido o de vendettas si uno tocó intereses oscuros que "no debería haber tocado". No vas a denunciar sintiendo que te van a proteger y a contener en tu desgracia sino que podés llegar a ser más vulnerable que antes.
Eso se llama "desamparo". Y eso es lo que hay que revertir. Hay que revertirlo con hechos no con estúpidas arengas burocráticas que perpetúan la inacción y la comodidad de los actores de siempre, cagándose de risa de seguir haciendo la misma comedia, nada más que en otro teatro.
lunes, 28 de mayo de 2007
Policía y Política - Maquillando la superficie
jueves, 17 de mayo de 2007
Confesiones de un adolescente eterno
Leía una nota que salió en Viva sobre padres, hijos, adultez, adolescencia. Adultos-padres que se hacen los pendejos e hijos-adultos que siguen viviendo con los viejos.
Me pareció interesante ver qué decían del segundo grupo a ver si por una vez me sentía representado en alguna estadística o algo. Cuando empecé a leer el ejemplo de un flaco de 31, más o menos me parecía potable, pero, como siempre, todo termina desdibujado, clicheado (?) y como masificado en algo que no tiene que ver con lo que siento. Hablan de no haber encontrado su lugar en el mundo, de miedo a comprometerse, de vidas sin proyectos, de rebeldía (?). ¿Rebeldía a qué? Lo que empezó como potable, termina siendo el ejemplo de un flaco que es rebelde contra nada, que cambia de look "cada vez que se aburre, o sea seguido", pero que, ¡ojo!, cumple con pasarle dinero a la hija, eh. Je je, ¡genio! Un imbécil, un vago, bah, que tiene una hija y vive con los padres y ni labura.
En definitiva, si se mide por la inserción al mundo y por la vivienda propia, yo pertenezco al grupo de los adolescentes eternos. No creo que las causas o las respuestas sean simples como siempre aparece pintado en las notas de las revistas, pero lo que sí sé es que en definitiva es una elección, pero una elección basada en prioridades que como no encajan con los valores o parámetros normales, cuesta comprenderlas a quienes no las sienten.
La raíz del problema está en los intereses, en los valores. No me interesa una mierda de lo que hace la mayoría de la gente para subsistir. No me interesa lo que hacen para divertirse. No le encuentro el sentido a las convenciones que subyacen en todas las actividades e interacciones formales entre personas. Que decir tal o cual cosa, que actuar de tal o cual forma en tal circunstancia, que vestirse de cierta manera, que apuntar a superarse subiendo en tu escala social, etc. etc. etc. Que eso moldee todo, me asquea. Que haya una escala de valores donde todo eso sea lo establecido y las elecciones pasen por esos parámetros me repugna.
La base de mi elección pasa porque yo no tengo nada que ver con todo ese mundo y el precio de esa elección es la no inserción. La no inserción deriva en no plata, no relaciones, no posibilidades de otras elecciones.
Si tuviera más guita, empezaría a tener una vida independiente, fuera de este departamento en el que vivo con mi vieja, pero no la tengo y no voy a salir a garcar gente o a vender mis valores para lograrla. Obtener guita ¿haciendo qué? Lo que sé hacer y me destaca no le importa a nadie pero es lo único a lo que le veo un sentido y sinceramente hacer otras cosas siempre va a ser una mierda. Seguiré haciéndolas, claro, para no morirme de hambre, pero crecer... ¿crecer cómo?
No sacrificaría ni muerto la posibilidad de tener un tiempito para investigar, de poder acceder a lugar o recursos para observar el cielo, para poder existir. ¿De que me sirve lograr una independencia para no existir? ¿De que me sirve no poder gozar de mi pasión y vivir solo para sólo subsistir? Porque no me alcanzaría la guita para otra cosa. Y entonces resigno mi independencia, mi libertad de crecimiento personal en el sentido de disponer de tu espacio, que a su vez influye, y mucho, y yo lo sé, en tus relaciones. Relaciones que como no existen no implican necesidad de cambio. ¿Para qué poner en riesgo lo que me apasiona si todo aquello que también anhelo parece algo que ni existe? Si nunca conozco a nadie que me genere nada. Nada. Pasan los años y tampoco nadie llega a conocerme. Nadie sabe lo que tengo adentro, lo que siento, lo que me emociona, lo que me enoja, lo que soy capaz de dar, cómo actúo cuando amo. Y sin querer me cierro, porque me cansa. Me cansa todo eso. Que no se valore ni lo que hacés ni lo que sentís. Me cansan los tiempos eternos, la superficialidad de quienes me van pasando por al lado en este viaje.
La única respuesta que siempre termina sobrevolando todo es que la guita te da el poder de crecer, de elegir, de todo. Si tenés contactos, familiares que te ayuden o si naciste en cuna de oro, todo joya. Si te interesan las cosas que cotizan en el mercado de la humanidad, joya. Yo no tengo absolutamente ninguna de todas esas cosas.
Anhelos de amor, felicidad y libertad completamente aplastados por una realidad de pobreza, limitaciones y soledad en medio de un mundo que gira para un lado y a un ritmo que no es el mío pero del que aún así no me quiero bajar.